NOTICIAS


Revista Subir y Bajar - Parte 1

02/11/2010 08:16 PM

Wilcox se encuentra radicada en el barrio de Mataderos en la ciudad de Buenos Aires, y sus directivos, los Ing. Rafael Cala y Agustín Rey, efectuaron un análisis detallado y comentarios muy abarcativos, no solo de sus productos sino también del sector del transporte vertical argentino.

No es común encontrar en el sector una empresa de neto corte nacional que comience con dos letras muy ajenas al idioma vernáculo: la W y la X que dan comienzo y final a esta razón social abrazando, a otras cuatros letras, con una determinante y definida fonética.

¿Cómo surgió este nombre tan particular?

Tuvo sus orí­genes en un hecho irónico. Pocos años después de finalizada la Guerra de las Malvinas, nuestros entrevistados observaban que los jóvenes vestían camisetas con inscripciones en ingles y que este idioma se utilizaba cada vez más por los contemporáneos de aquella gesta como si nada hubiera pasado. En ese entonces, por el año 1985, Cala y Rey habían instalado su primer control electrónico que no tenía nombre y por cuyo funcionamiento todos preguntaban. Un poco en broma comenzaron a llamarlo "el Wilcox" burlando y remedando la tendencia de aquel momento. En forma espontanea el sobrenombre resulto, irónicamente, un muy original nombre para la empresa.

¿Por qué ascensores a pura electrónica?

Rafael Cala (RC): Tras un tiempo fugaz transcurrido en Ingeniería Sigma donde aprendí­ los rudimentos del ascensor ganando alguna experiencia en controles y maniobra, la empresa quebró y los que formábamos parte de ella continuamos con los trabajos básicamente de mantenimiento. En mi caso particular, como mi padre, Leopoldo Cala, habí­a trabajado treinta años en Otis como ajustador calificado y supervisor, el ascensor formo parte de mi vida desde muy pequeño y sus enseñanzas me fueron muy útiles. Mientras estudiaba ingenierí­a en la Universidad Tecnológica (UTN) hacia mantenimiento e instalaciones. En 1983 me vincule con Agustí­n en la facultad y participamos en un proyecto de ascensor que se desarrollo allá­.

AR: Cuando cursaba el último año de ingeniería ingresé al Instituto Nacional de Tecnologí­a Industrial (INTI) donde trabaje durante cinco años en tareas de instrumentación electrónica. Si bien tienen poco que ver con los ascensores, fue una experiencia muy rica y útil para mi desarrollo del que sería nuestro primer control electrónico que instalamos en un ascensor en Villa Celina en 1985.

RC: En el área de mantenimiento y modernización se hací­an evidentes nuevas necesidades. En esa época empezaba a usarse la electrónica en el ascensor y no existí­an las herramientas de desarrollo actuales, por eso, el trabajo de diseño era duro, difí­cil de programar y de ensayar, con un software de bajo poder de afinidad con las personas. El gremio estaba acostumbrado a trabajar con elementos electromecánicos, fáciles de reparar y le temí­an o desconfiaban de la electrónica.

En 1986 surgió una modernización importante: un equipo multivoltaje de 17 paradas, colectivo en ambas direcciones, dúplex y puertas automáticas. Colocamos nuestro control, que ya no era tan artesanal, pues instalábamos un par de equipos por mes. Lo más reconfortante fue ver que se habí­an terminado las largas filas de usuarios frente a los ascensores. Esta obra fue un ícono. Finalmente, en 1990, dejé las tareas de mantenimiento.

AR: Yo también salí del INTI junto con otros profesionales que abandonaron el organismo como consecuencia de las polí­ticas de los años 90. Comenzamos en un galpón en la casa paterna de Rafael y a mediados de esa década nos mudamos a la calle Larrazabal, en Mataderos. En esa época la electrónica era un cuco que no convencí­a fácilmente a los amantes de lo electromecánico.

RC: Al mudarnos dimos un salto importante si bien fue difí­cil abrirse camino, especialmente convencer a los conservadores de los beneficios de la electrónica, pero fuimos logrando un volumen de ventas interesante con un producto focalizado en la sencillez y las necesidades reales del usuario.



VOLVER ATRÁS